miércoles, 25 diciembre, 2024
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Quise registrar la manera particular de mirar el mundo que tiene mi papá

¿Quién fue que dijo algo? ¿En qué lugar y momento? Cuesta precisar cómo nació la idea de hacer una película sobre mi viejo, Mario Mactas. La pregunta aparece en estos días de colegas generosos que la vieron y tuvieron ganas de conversar. Pero no hay forma. Un día empezó a circular en las conversaciones, y a recoger las mismas reacciones de entusiasmo. Que sí, recontra era un buen personaje y sí, daba para un proyecto como ese. ¿Bajo qué premisa? Algo así como registrar una manera particular de mirar el mundo, original, fuera de la caja o, como dijo alguien en estos días, inclasificable.

Como a Mario le divirtió la idea, empezamos a jugar. A los dos nos gusta el cine, y las palabras, el lenguaje. Lo grabé en su casa con mi camarita, para probar. Lo encuadré a un costado, con luz natural que le llegaba a través de una ventana. Grité acción y él hizo lo que sabe hacer para vivir desde más o menos siempre: puso play y habló, full modo entrevista.

Eso fue antes de la pandemia. En todo este tiempo, el proyecto encontró la forma de mantenerse con vida. Con intermitencias, baches, impulsos, algo de plata para seguir o posibles deudas para contraer. Cine independiente, decíamos en broma. Ahora el chiste es: ¡nuestra ópera prima!

En ese desarrollo surgió la idea de viajar a Carlos Casares, donde él fue más joven y yo una niña, la anterior a la niña exiliada. Viajar y visitar la casa de mis abuelos, a la que no habíamos vuelto nunca. Territorio hechizado, de historias de colonos y memorias que llegan hasta nosotros, bajo unos cielos de cine, unos atardeceres que ponen a prueba los límites de la melancolía. Hubo que convencerlo. Tanto de eso como de revisitar el miedo de la chupadera, el violento cierre de Satiricón y la huida del país, cosas de las que no habla. El exilio como marca tiene que estar, es acaso el temible hilo conductor, apuntó mi hermana Magdalena, que se unió al juego. Pero sin regodeos ni jactancia, como dice Mario. Lejos de la solemnidad. Magdalena dejó sus cosas en Ginebra, donde vive, y se vino unos días, con una valija de trípodes y cables a disposición.

Como el protagonista estaba más incómodo en esos terrenos, la forma se fue adaptando a su ánimo. Al fin y al cabo, aún con la distancia y el pudor necesarios que ejercemos, somos padre e hija. Además, Mario es un tipo divertido, con un sentido del humor que siempre me ha hecho reír, y quería compartir eso. No se trataba de encarar una biopic, sino una semblanza.

«Mario es un tipo divertido -cuenta su hija-, con un sentido del humor que siempre me ha hecho reír, y quería compartir eso». Fotos de Diego Spairani

A la vez, como sobre abundaban los documentales de corte íntimo familiar, y en particular los atravesados por la violencia política de los 70 y sus secuelas, temía meterme a hacer uno más. En realidad, tampoco hubiera podido, porque mi familia Mactas, afectuosa pero desapegada, carece de archivo. No hay videos caseros; apenas fotos guardadas, cómo no, por las mujeres. Envidiaba a los realizadores de documentales que me sugirieron ver, ricos en tesoros de Super-8.

También me preocupaba evitar la estética televisiva, cabezas parlantes, gente reporteada. Hay algo asombroso, medio mágico, en la manera en que un documental se va descubriendo, encontrando su tono, y hasta su estética, en el montaje. Este se benefició del aporte de gente talentosa, creativa y sensible.

Hablamos con Carlitos Ulanovsky, Lani Hanglin, Susana Giménez, el Negro Dolina, el Turco Asís, Ariel Tarico, entre otros, además de la familia. Grabamos situaciones, reunimos material. Por suerte Mario estaba a la orden, puntual cuando se lo convocaba, paciente para repetir tomas bajo el sol o caminar entre la gente y bajo la lluvia.

En el montaje se fue armando Un tal Mario. Aparecieron cosas nuevas que siempre habían estado ahí; otras quedaron por el camino. Como la secuencia inicial que tenía en mente desde el día uno: no sirvió, o no funcionó como la imaginaba. La secuencia final ni siquiera llegó a grabarse, porque mi hermano Miguel, virtuoso guitarrista de Los Espíritus, apareció un día con una versión de “Despeinada” a la que la voz de nuestro padre convirtió en “Desafinada”, y nos regaló el desenlace indiscutible.

Con los roles intercambiados, escucho lo que otros periodistas culturales me dicen del resultado. Enhebro palabras: poética, informal, arbitraria, fresca. Que logra transmitir un personaje único. Parece que al final hicimos una película, nomás.

«Hay algo asombroso, medio mágico, en la manera en que un documental se va descubriendo en el montaje», dice la directora
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