Por las noches, cuando la actividad cede y en la Residencia de Olivos no hay invitados para cenar o ver conciertos de ópera, Javier Milei enciende el televisor y hace zapping por los canales de noticias. Si lo cree necesario, y lo cree bastante seguido, les escribe por WhatsApp a los periodistas que están al aire -solo a los que considera amigos o militantes- para aportarles información, pequeñas correcciones y datos económicos. Pero también se enfurece cuando ve a determinados invitados en los estudios. Los economistas se han vuelto su blanco predilecto. Cuando escucha sus diagnósticos o sugerencias sobre qué hacer con los precios, el déficit fiscal o el tipo de cambio, suele lanzar insultos al aire. Tarde o temprano, Milei se toma venganza de ellos.
A Miguel Ángel Broda le sonó el teléfono casi en el mismo instante en que Milei se burlaba de él, sin nombrarlo pero imitando su tono de voz fatigado, frente a 410 empresarios que habían llegado temprano a la cumbre de Cicyp en el hotel Alvear con ganas de tener, al menos, una pequeña charla privada en el VIP. Lo han hecho tantísimas veces que ya les parece costumbre, pero el miércoles no pudo ser: el Presidente llegó custodiado, tan custodiado como si alguien quisiera atentar contra su vida, y fueron pocos los que pudieron acercársele.
En su equipo habían puesto condiciones para asegurarse de entrar por la cochera sin cruzarse con nadie. A los poderosos dueños de empresas que se encontraban en el Alvear apenas les concedió una foto y media sonrisa; al subir al estrado, ni siquiera agradeció la invitación y, al bajar, ni pasó por la mesa que tenía asignada para almorzar. Se limitó a dar el discurso, en el que arremetió contra los que -dijo- no entienden su modelo ni hacia dónde se dirige.
Milei ejerce el poder también en esas pequeñas cosas. El poder y la venganza. Las presentaciones deben ser como a él le gustan, sin sorpresas de ningún tipo y cuidando hasta el mínimo detalle. Sus alocuciones ya toman la forma de un stand up de la avenida Corrientes. A muchos les genera vergüenza; a otros les fascina. Él mismo asume su excentricidad: cuando Cristina lo calificó de showman él respondió que la Argentina necesita un poco de show.
Esta vez la ligó Broda, como antes le había pasado a Carlos Melconian, y, desde el comienzo de su administración, a varios políticos y, por supuesto, a muchos periodistas, a los que acusa de estar manchados con hechos de corrupción o de recibir jugosas pautas publicitarias a cambio de la defensa de determinados intereses, cuando no de trabajar para que no pueda culminar su mandato. Sería muy bueno para todos que algún día mostrara las pruebas.
Hace un mes, antes de confirmarse su asistencia a la cena de la Fundación Libertad, desde el Gobierno pidieron la lista de invitados. Cuando la secretaria general de la Presidencia, Karina Milei, leyó en la nómina el nombre de Ricardo López Murphy avisó que no era del agrado de su hermano. Inmediatamente, uno de sus colaboradores llamó para decir que lo apartaran del encuentro. “Pero Ricardo ha venido toda la vida, ¿cómo lo vamos a bajar?”, le dijeron. “Elijan: si va López Murphy, entonces Javier no va”. Hubo que pedirle disculpas al Bulldog.
Más allá de la agenda presidencial y de las opiniones sobre el rumbo de su gestión, Milei sigue despertando, no solo en la Argentina, curiosidad, inquietud, asombro. Amores y odios. En España le pasó algo parecido a lo que le ocurre aquí. Muchos lo idolatran por su estilo y su posición antisistema y otros lo desprecian por sus rasgos autoritarios y sus recortes impiadosos de la economía. Mientras, una gran parte de la sociedad, más silenciosa, observa, sufre y parece darle tiempo.
Los especialistas en opinión pública, tanto los que trabajan para la Casa Rosada como los que no, sostienen que su imagen camina del 50 al 51, 52 y hasta el 55 por ciento. Baja un punto, dos, tres, y los vuelve a subir, despende de la semana o del mes. Esa es la lógica que impera hasta hoy. No hay saltos bruscos a favor ni en contra.
Eso sí: el modelo económico está en el centro del debate y podría inclinar la balanza más temprano que tarde. De ahí, tal vez, el ímpetu de Milei por ganar tiempo y enfrentar a quienes lo cuestionan, aunque esas críticas en algunos casos sean mínimas. Antes lo hacía con los que mantenían posiciones de izquierda o moderadas; ahora también provoca a los economistas más ortodoxos. Milei sostiene que todos fracasaron y que él viene a reparar décadas de frustraciones. Por momentos habla de los últimos 40 años; en otros, de los últimos 100.
En privado, los mileístas exhiben la recuperación de las reservas del Banco Central, la baja de la inflación (esta semana se conoció el 8,8% de abril que marcó una merma consecutiva de cuatro meses) y el superávit fiscal como si se tratara de un milagro. Daniel Scioli, el último libertario, fue el que más lejos se animó a llegar. Dijo el jueves en LN+ que el primer mandatario merece el Premio Nobel de Economía. “Esta vez Argentina sale adelante”, les dijo a quienes lo llamaron para interrogarlo por su frase. Los kirchneristas masticaron bronca.
Milei sigue ansioso porque, a la par de aquellos números, se acumulan luces que ensombrecen su anunciado camino a la recuperación. El levantamiento del cepo cambiario se demora, los salarios y las jubilaciones no son propicios a más ajustes y el empleo empieza a preocupar incluso a quienes votaron por La Libertad Avanza y ven amenazado su futuro: solo en el sector privado se perdieron 63.000 puestos de trabajo desde el cambio de gobierno y la cifra podría ampliarse a los 100.000 en el próximo registro. La baja tiene que ver con la caída de ventas y con el derrumbe de la construcción y la producción industrial. La situación podría ser similar, o peor, en el universo de empleados informales.
Los encuestadores sostienen que la paciencia con el Gobierno se sustenta en que todavía es mayoría la gente que cree que el futuro podría ser mejor y, a la vez, en la desidia que se palpa en la oposición. Ni en los sectores afines al oficialismo, como el PRO y una parte de la UCR, ni en los más duros, como el kirchnerismo, asoma con claridad quién podría quedarse con el rol de contendiente principal del oficialismo.
Mauricio Macri se hizo cargo formalmente del PRO, pero no formuló una sola declaración ni marcó hacia dónde se dirigirá el partido. En la cuenta oficial del PRO en la red X pusieron un tuit que no dijo mucho: “Volvimos”. La cuenta estaba inactiva desde el balotaje.
Las rencillas de Macri con Patricia Bullrich, su predecesora en el cargo, son más que nítidas. No se hablan. Y quien supo ser el otro actor importante del espacio, Horacio Rodríguez Larreta, está más propenso a negociar con dirigentes de centro (tanto peronistas como radicales) que con quienes, en el PRO, elucubran algún tipo de armado electoral para 2025 que pueda confluir, al menos en algunos distritos, con La Libertad Avanza.
Cristina Kirchner también perdió poder de fuego: La Cámpora y su hijo, Máximo Kirchner, son bastardeados como nunca había pasado por sectores del peronismo tradicional. Pegarle a Máximo se ha vuelto una moda. ¿Será el preludio de una avanzada hacia la propia Cristina? El diputado debió pedirles a varios de sus compañeros que salieran a defenderlo de los ataques de Aníbal Fernández.
La ex vicepresidenta también está molesta con Axel Kicillof. Aunque no cortó el diálogo (se reunieron a solas hace unos días), la irritan sus movimientos de independencia y lo ve ansioso por la carrera electoral de 2027. Los encuentros con los gobernadores Ignacio Torres y Maximiliano Pullaro tienen que ver con eso. Busca mostrarse más amplio. Pero no es solo eso lo que enfada a Cristina. Aún se pregunta qué habría pasado si el candidato a presidente de Unión por la Patria hubiera sido Kicillof. Esa operación fue abortada por Axel apenas se lo insinuaron. “Ustedes me quieren cagar”, les dijo en aquel momento. Una frase típica en él. “¿Pero no debería ser un orgullo que seas nuestro candidato a presidente”?, le dijo entonces Máximo.
Cristina abona ahora aquella teoría. Máximo aprovecha y susurra al oído de su madre: “Axel es un egoísta”.