“Nadie me lo va a devolver. En vez de buscar a los asesinos los policías se nos ponen acá a custodiarnos a nosotros. Que vayan todos estos a buscar al asesino de mi nieto”, dice María, abuela de Isaías Monzón, de pie en medio del polvo, entre maderas viejas de las casas y las miradas de un barrio entero que aún no entiende qué pasó, o que entiende demasiado bien y por eso teme. Habla a un costado del Acceso Sudeste, que este martes volvió a ser noticia por un piquete en el que se cobraba un peaje ilegal para poder pasar.
Isaías tenía 16 años. Era el mayor de tres hermanos. Jugaba a la pelota en el polideportivo de Villa Azul, iba a la escuela y hacía changas con su papá pintando casas. Quería ser jugador profesional. Así lo describe su tío Fabián, con la mirada perdida intentando tapar las lágrimas.
Según dicen los vecinos, casi con desesperación, Isaías murió como mueren muchos pibes en estos márgenes olvidados: por nada. Por un ruido de moto. Por cruzar un límite invisible que todos conocen pero nadie escribió. Por desafiar, quizás sin saberlo, una regla de hierro que divide a dos villas apenas separadas por una autopista: Azul e Itatí y una banda que siembra el terror, “Los Paraguayos”.
Esa tarde, Isaías estaba dando vueltas con su moto en la bajada del Acceso Sudeste, a pocos metros del Triángulo de Bernal. Hacía ruido con el motor, como hacen tantos pibes que quieren sentirse libres aunque sea por un rato. Pero estaba en “zona de paraguayos”, como se conoce a ese sector controlado por una banda que impone reglas, roba con niños, y se siente como dueña del territorio tras haber asfaltado una calle que antes estaba rota. “Ellos se quieren hacer dueños de la calle”, dice una vecina que acomoda una madera de la pared de su baño y se limpia las medias llenas de tierra.
La ley que rige acá no está en los códigos penales ni en ningún boletín oficial. Es una ley tácita, omnipresente: “Ellos pueden cruzar para este lado, pero nosotros no podemos ir para allá”. Y lo que hizo Isaías (cruzar, hacer ruido, desobedecer) se pagó caro. Carísimo.
“Lo mataron así nomás, sin piedad, a quemarropa. Fueron como cuatro tiros”, dice otra vecina, mirando al suelo. Su tío Fabián fue el primero en verlo. Lo encontró tendido al lado de la moto. “¿Cómo lo van a matar por hacer ruido con una moto? No fue un ajuste de cuentas. Yo lo vi tirado ahí”, repite, como si cada palabra sirviera para clavar la verdad frente al relato que algunos ya intentan instalar.
El barrio se levantó. Cortaron la calle. “El peaje del corte viene de otros lados. Nosotros cortamos para pedir Justicia porque estamos hartos de esta situación. La droga y las bandas se descontrolaron”, dice Fabián. Pero el reclamo se mezcló con el oportunismo: “Después vino otro grupo de la Villa Itatí y empezó a tirar piedras y a pedir peaje. Se aprovecharon de la situación. No eran familiares de Isaías”.
Un amigo del chico de 16 años cuenta lo que vio: “Él estaba con la moto. Unos paraguayos le dijeron que no haga ruido. Le hablaron feo. Isaías volvió a pasar y cuando hizo eso le sale un paraguayo por delante y le empieza a pegar tiros. A sangre fría”.
En Villa Azul, la bronca no baja. Tampoco el miedo. Una señora que aparece desde un pasillo angosto, bordeado de casas bajas, frágiles, precarias dice: “Siempre hay quilombo. Matan por matar. Esto es tierra de ellos. Acá mandan ellos. Ponen a robar a los más chiquitos cuando hay embotellamiento. Nadie hace nada”.
Mientras, la mamá de Isaías está destruida. No habla. No puede. Y está en su casa. El silencio de una madre que perdió a su hijo en manos de una violencia que todos conocen pero que nadie enfrenta. Una violencia que se reproduce sin control en barrios donde el Estado aparece tarde y mal. Donde la única ley que se cumple es la del miedo.
La vida de Isaías era otra cosa. Era la pelota, las changas, los amigos, la escuela. Era futuro. Era el sueño de ser alguien. Pero todo eso se terminó con un par de tiros en una calle donde no debía estar. En una calle que alguien asfaltó para marcar territorio.
Isaías tenía 16 años. Le gustaba jugar a la pelota. Hacía ruido con la moto. Y lo mataron por eso. Por tan poco. Por todo. Mientras cae la tarde, más policías siguen llegando. Ellos desde el cordón que divide Villa Itatí de Villa Azul. Del lado de enfrente, vecinos y familiares despliegan un pasacalle improvisado con un único reclamo: “Justicia por Pachu, justicia por Isaías”.
MG