Estaba llena de barro: los pies, las manos, la cara. Se estaba hundiendo en esa ciénaga pestilente que ocupaba casi veinte de las 266 hectáreas de la colonia. Y mientras más se esforzaba por salir, más profundo calaba en el inmenso lodazal. Muchos la miraban pero nadie hacía nada para rescatarla. Quería pedir ayuda, quería gritar antes de que su boca empezara a tragar tierra. De golpe, se incorpora. Y la pesadilla por fin acaba.
No es la primera vez que tiene ese sueño horrible y tampoco le parece una casualidad. Es domingo, faltan seis días para que comience el invierno, pero el frío ya se adelantó al calendario. El día no la obliga a madrugar: su primer compromiso será recién a la noche, cuando tenga que tomar su guardia en la Montes de Oca . Era la última vez que dormiría en su departamento de Luján.
Aquel 16 de junio de 1985 por la noche, la doctora Cecilia Giubileo encaró con su Renault 6 hacia la Colonia Montes de Oca , un hospital psiquiátrico para dos mil enfermos mentales de ambos sexos en la localidad bonaerense de Torres. Firmó en su ficha personal el ingreso a las 21.15 horas. Poco después firmó el acta de defunción de una interna de 23 años que había fallecido, recetó un antifebril, charló con algunos internos y acudió a atender de urgencia una urticaria en un pabellón.
Concluidas esas tareas, se retiró a la casa la médica del lugar. Un paciente con el que tenía confianza la acompañó a campear los 500 metros de oscuridad que la separaban hasta la vivienda interna. Había pedido tres cigarrillos para acompañar la vela leyendo, así ninguna emergencia la encontraba dormida. La medianoche se estaba imponiendo y no volverían a solicitarla hasta el sol del lunes. Cuando un compañero fue en su búsqueda en esa nueva mañana, la puerta de la casa médica estaba cerrada con llave. Pero adentro ya no había nadie.
La primera reacción administrativa de la colonia fue abrir un sumario interno por abandono de trabajo: aseguraban que Giubileo se había retirado bajo su voluntad y por sus propios medios. Sin embargo, su auto permanecía en el mismo lugar donde ella lo había dejado estacionado. Por diversos motivos, no hubo otros médicos de guardia esa noche. Todas las camas amanecieron prolijamente tendidas, incluso la de ella. Los únicos testigos de esa quietud inquietante fueron sus propios zapatos, quienes permanecieron en la base de la mesa mientras un grupo de albañiles pintaba paredes y corría cosas de lugar ese lunes, cuando fueron ordenadas tareas de mantenimiento en la casa médica.
Cuando su amiga personal Beatriz Ehlinger hizo la denuncia policial por averiguación de paradero dos días después, ya era tarde: algunas evidencias se habían borrado para siempre por obra de esa sorpresiva remodelación.
“Esa demora complicó el caso de entrada porque dificultó luego la recolección de pruebas en el último lugar donde se la vio”, cuenta Marcelo Parrilli, exabogado de la familia Giubileo. “El caso se manejó burocráticamente –explica–, esperando que las pruebas llegaran al mostrador. No hubo una ofensiva investigadora. La Policía caracterizó que ella se había ido por su propia voluntad y eso evitó haber podido recoger de entrada pruebas que a lo mejor existieron, a lo mejor no, pero nunca se pudo saber”.
El caso resonó por la espectacularidad de las hipótesis, pero también por otro hecho igual de alarmante: la desaparición de una persona en democracia y la imposibilidad que el Estado, a través de sus determinados instrumentos y herramientas, manifestó por hallarla.
Bajo las órdenes de Carlos Galloso, juez penal del Departamento Judicial de Mercedes, comenzaron a trabajar en la causa la Delegación de Inteligencia y la Brigada de Investigaciones de la misma ciudad, la División Antisecuestros del Puente 12, la División Homicidios y Delitos Graves de Banfield y efectivos policiales de Luján.
La paz rural de un pueblo de 1.500 personas sucumbió ante la invasión de policías, fiscales, ovejeros adiestrados y helicópteros que rastrillaban gran parte de las 266 hectáreas de la colonia, escudriñando salones, pastizales, bosques, construcciones abandonadas, sótanos, cloacas, pozos ciegos e incluso túneles subterráneos que habían sido concebidos a principios del Siglo XX para distribuir calefacción entre los pabellones.
El caso escaló en los medios de manera entre cinematográfica y sensacionalista. Muchos recuerdan la cobertura amarillista de José de Zer para Canal 9, quien intentaba ir más rápido que la investigación conjeturando teorías que no gozaban de gran sustento jurídico. Ante el secreto de sumario, teorías de todo tipo pretendieron calmar la sed de información.
Desde la colonia seguían sosteniendo que se había retirado por sus propios medios. Algunos hablaron de una secta en Colombia, otros de un inesperado escape frente al conflicto pasional con una compañera de trabajo, o incluso de la venganza de una novia celosa, línea en la que la investigación intentó insistir únicamente por los chismes que circulaban en algunos pasillos de la colonia.
En el banco, sin embargo, informaron que su cuenta no había registrado movimientos, mientras que la Policía encontró en su departamento de Luján una caja de maicena con tres mil dólares. El Renault 6, en tanto, permanecía bajo custodia policial. Los que se preguntaban adónde podría ir sin dinero ni vehículo comenzaron a poner la mirada contra Montes de Oca y Open Door , dos colonias psiquiátricas a diez kilómetros una de la otra y en las que Cecilia Giubileo trabajaba .
El ingreso principal estaba fiscalizado por un guardia que movía la barrera a su arbitrio, siempre y cuando el sueño no lo sorprendiera desparramado en su silla. “La desaprensiva actitud de este empleado deja la incertidumbre de si la doctora pudo salir por sus propios medios o ser sacada por la fuerza por el puesto principal y única salida del Instituto”, razona en un documento de aquel mes de junio de 1985 un agente de la Dirección de Inteligencia de La Bonaerense.
La Dirección de Inteligencia de la Policía de la Provincia de Buenos Aires (Dippba) siguió en esos tiempos muy de cerca un caso que había tomado notoriedad pública a la par del Juicio a las Juntas Militares que en simultáneo se estaba desarrollando.
Aunque su condición de insano viciaba de nulidad toda declaración, el paciente que acompañó a Giubileo a la casa médica aquella noche dijo que, mientras regresaba a su pabellón, observó cómo un auto negro avanzaba hacia donde moraba la médica. Una interna, en tanto, fue encontrada desnuda días más tarde en una casilla rural, donde había sido violada y abandonada por un grupo de personas. Aseguraba haber visto a la doctora atada y golpeada, pero no se encontró ninguna prueba. El inmenso cerco perimetral que encerraba a la colonia ofrecía accesos alternativos en aquellos límites alejados del casco central a los cuales se podía llegar fácilmente desde infrecuentados caminos de tierra.
Semanas después encontraron el departamento de la médica revuelto. Al poco tiempo apareció allí la cartera que tenía la última vez en la que fue vista. En ambas oportunidades, la vivienda estaba bajo custodia judicial. La colonia comenzó a recibir algunas visitas sospechosas por las noches, tres en total y todas ellas en la zona de enfermería. Además, varios de los allegados a Giubileo confesaron haber sufrido amenazas anónimas. Entre tanta verborrea, el silencio se hizo oír. ¿Qué es lo que no se podía decir?
La mamá de Cecilia Giubileo señaló el nombre y apellido de una enfermera que había amedrentado a su hija semanas antes por cuestiones que no quedaban claras sin eran profesionales o personales. Luego los medios comenzaron a hablar de Mabel Tenca, una profesional de Montes de Oca que fue citada a declarar varias veces y siempre se negó a hablar con la prensa. Además, la madre de la médica testimonió que en los días posteriores a la desaparición de su hija recibió varias llamadas que se cortaban cuando ella atendía.
En la primera semana del caso, en tanto, una pareja de la localidad de Torres vivió una situación macabra: al teléfono, una voz femenina les dijo que la médica ya no se iba a presentar al consultorio que tenía en esa localidad. A través de EnTel, la compañía estatal de comunicaciones, la investigación logró saber el origen de la misma: había sido efectuada desde Open Door , la otra colonia psiquiátrica en la que Giubileo trabajaba. Sin embargo nadie se hizo cargo.
En abril de 1985, un senador bonaerense había presentado un informe sobre unos extraños contratos de arrendamiento en tierras de ese neuropsiquiátrico, situación que también volvió a repetirse hacia 2010, cuando varios empleados advirtieron plantaciones de soja en fértiles hectáreas de la finca.
Los rumores fueron imprecisos, pero igualmente espeluznantes: a falta de información oficial, se impuso la idea de que la médica estaba investigando una supuesta red de tráfico de órganos, córneas y sangre que operaba clandestinamente con los internos, muchos de los cuales eran depositados por familias pobres que jamás los reclamaban, o directamente derivados desde otros lugares del país sin mayores datos y erraban en la soledad rumbo a una muerte lenta como ignotos NN.
Incluso se comentó que había acopiado frondosos biblioratos que la volvían una persona inquietante para ciertos intereses espurios. Un grupo de cuarenta empleados de Montes de Oca salió a contraatacar a través de un comunicado difundido por el Ministerio de Salud y Acción Social en el cual dudaban de la buena fe de quienes colocaban a Giubileo como la “investigadora de hechos delictuosos que sólo existentes en la mente de quien los inventó”, tal como indicaba ese texto.
En el Juzgado de Mercedes hicieron saber su fastidio. Muchos estaban más preocupados por anotarse declaraciones estruendosas en los medios que, luego, no se animaban a sustentar en sede judicial. Pero el policial negro recargó sus tintas cuando el misticismo comenzó a tomar la posta en noviembre de 1985. Aunque en principio fue desmentido, una cinta de mala calidad llegó a la comisaría de Luján. En ella, alguien se presentaba como Cecilia Giubileo y pedía que no la buscaran más porque estaba bien, rodeada de amigos y con la paz que tanto había buscado. Las fuentes aseguraban que la grabación fue producida en una sesión espiritista. El comisario Luis Lencinas no lo había comunicado al juez Galloso, quien se enteró de esto por artículos periodísticos y lo citó a declarar urgentemente.
Mientras se peritaba infructuosamente el material, dos parapsicólogas decían visualizar un cuerpo en el fondo de un tanque de agua idéntico al de la colonia. Las había presentado José de Zer, que en su cobertura se aventuraba a establecer hipótesis sin demasiado fundamento. El juez autorizó el vaciamiento de los 500 litros de agua y los especialistas que se encargaron de la tarea hallaron un gato muerto.
Marcelo Parrilli propuso algo más real y también más difícil: drenar la inmensa ciénaga que, de tanto en tanto, escupía algún interno sin vida. “Si supuestamente la mataron en la colonia y querían ocultar su cuerpo, ése era el lugar ideal. Dijeron que no había fondos para el drenaje. Una barbaridad, como también es una barbaridad que exista una ciénaga en un lugar donde hay desplazamiento de gente, más aún en un instituto de salud mental”, sostiene el abogado.
“A medida que la prensa deje de hostigar a los testigos y merodear por los lugares donde se mueve el personal policial, pueden surgir nuevos y positivos indicios que marquen con claridad los pasos dados por la víctima”, asegura un policía en un documento secreto de inteligencia fechado en septiembre de 1985. Es curiosa esta estrategia de señalar al periodismo como obstáculo, habida cuenta de que algunos cronistas contaban por lo bajo con contactos directos con fuentes de la investigación que les revelaban secretamente algunos de los movimientos de la causa.
Con todo, para 1986 la investigación ya estaba en terapia intensiva. “Obtener datos fue muy difícil porque, en general, la gente de la colonia no hablaba”, recuerda Parrilli. “Había muchos problemas de corrupción interna, de todo tipo, y se mantenía una suerte de equilibrio biológico en el cual ‘si me mandás al frente a mí, yo te mando al frente a vos, yo robé esto pero vos aquello, yo le pegué a este interno y vos a aquél, yo violé a esta interna y vos a la otra’, cosas así”.
Y no sólo eso: “Algunos empleados también estaban trastornados. Te daban datos según el humor con el que los agarrabas y, de esa forma, no tenías un punto de referencia en el cual hacer pie. En ese marco fue difícil establecer si las cosas sucedieron por un delito, falta de recursos, desidia, imprudencia o porque alguien quiso que ocurrieran de determinada forma. Todo era posible. Lo más ‘prolijo’ es que la hayan matado esa misma noche y la hayan tirado en la ciénaga. ¿Por qué? ¿Quién? ¿Cómo? Imposible saberlo: nunca pudimos encontrar nada”.
“La desaparición fue un tema personal y extrahospitalario”, sostiene Julio Acedo, compañero no médico de Giubileo en Montes de Oca y Open Door , quien reproduce una sospecha compartida con varios excompañeros: “Yo creo que está viva y no sé si en el país”. A Francisco Merino, novio de Cecilia y luego muy amigo de ella, le sorprendió el repentino silencio de su familia cuando la causa naufragaba invariablemente: “Tiempo después de la desaparición vi a uno de sus hermanos y me dijo ‘yo no sé nada’. No sé qué habrán pensado, o si a lo mejor estaban amenazados”.
Por falta de pruebas o desidia investigativa, la carátula de la causa que en su momento fue de “supuesta privación ilegítima de la libertad”, luego varió a “búsqueda de paradero”. Más de mil personas habían engrosado un expediente de 700 páginas sobre el que ninguno de los jueces que desfilaron por el Juzgado 2 de Mercedes pudo pronunciarse antes de que la prescripción, en 2000, lo archivara definitivamente. Para la estadística, Cecilia Enriqueta Giubileo es apenas una de las 25 personas que en Luján desaparecen anualmente sin dejar rastros. Para la historia argentina, un misterio inalterable al paso del tiempo.
Tráfico de órganos: la eterna sospecha
Cecilia Giubileo había vivido mucho tiempo en Córdoba y anduvo por varias localidades de Buenos Aires antes de establecerse en Luján. También alquiló un departamento por Recoleta a principios de la década de 1980 para estar cerca de donde cursaba alguna de las especializaciones que estudiaba. Estaba divorciada, sin hijos y la relación con su familia era constante, pero fría.
Cultivó unas cuantas amistades porque, al fin y al cabo, era una persona dada, agradable y muy inteligente. Pero también discreta. “Tenía una forma de ser muy particular. Era amiguera, entradora, pero no contaba toda su vida. En ese sentido, era muy callada”, recordó su excompañera de facultad y amiga personal Teresa Merino.
En cambio Francisco, el hermano mayor de Teresa, había logrado ingresar en la intimidad de Cecilia. Fueron novios durante ocho años y, luego, sucedió lo que no es habitual: una amistad profunda y sincera. De esas noches de confianza, Francisco Merino recuerda las veces que le decía que “el trato a los enfermos mentales era desastroso”.
Todas las charlas por teléfono fueron iguales. Menos la última: “Allí me contó que en la colonia habían empezado a perseguirla porque quería denunciar algunas irregularidades. Me dio a entender que a los muchachos les sacaban las córneas y luego los mataban en una caldera. También hablaba de órganos. Estaba muy asustada”, recordó Merino unas décadas después. “Veníamos de la dictadura y yo le dije que no se involucrara en líos, que vivamos tranquilos porque hay organizaciones con las que es muy difícil meterse y al que jode, lo matan”. Giubileo desapareció una semana después de la última charla con Francisco.
Tiempo después Merino se convirtió en camarista de la localidad cordobesa de San Francisco y se arrepintió de no haberse presentado a declarar. “La había pasado muy mal durante la dictadura y sentí mucho miedo de hacerlo”, se excusó ante este periodista.
Pero para Julio Acedo, excompañero de Giubileo y actual referente gremial de ATE Luján, la historia no cierra en absoluto. “Un órgano no es una caja de chicles que se compra en un kiosco. Para un óbito orgánico hacen falta un lugar personalizado, recurso humano especializado y compatibilidad genética. En ningún pabellón de la colonia se puede ablar órganos porque sería para tirarlo a los chanchos”.
El abogado Marcelo Parrilli coincide, aunque observa: “En la colonia no había capacidad quirúrgica, ni médica, ni farmacológica, ni higiénica como para hacer absolutamente nada. Es estúpido decir que había tráfico de órganos ahí. En todo caso, era más probable que hubiera tráfico de personas: tranquilamente podías llevarte un tipo y, al mejor estilo del desarmadero de Warnes, sacarle los órganos donde a vos se te ocurriera sin que nadie se enterase, ya que cualquier chacarero debía tener más control sobre sus gallinas que el que tenía la colonia con sus internos”.
Florencio Sánchez, un director polémico
Florencio Sánchez era muy estimado en Luján e incluso hoy muchos lo recuerdan como un gran hombre de la comunidad. Los que vinculan la desaparición de Cecilia Giubileo con el tráfico de órganos tampoco lo olvidarán. Es que el director de la colonia siempre sostuvo la idea de que la médica se había retirado por sus propios medios y muchos creen que sus maniobras fueron las que enturbiaron la investigación.
Judicialmente salió ileso, aunque una causa posterior lo llevó a la cárcel por irregularidades en su administración. Murió el 10 de julio de 1992 en el penal de Mercedes, aunque en sus cinco meses de cautiverio llegó a escribir “El desnudo de la inocencia. La verdad sobre la Colonia Montes de Oca ”, una obra póstuma editada por Galerna. Prologado por Vicente Galli (director nacional de Salud Mental de Raúl Alfonsín, es decir, en la época donde desapareció Giubileo), el libro pretendió ser una defensa en vida de quien abre el primer capítulo preguntándose: “¿Por qué yo?”.
Inteligente como pocos (además de psiquiatra, era médico legista y sanitarista, cirujano, criminalista y antropólogo), Sánchez destacó con un atrapante tono literario su gestión al frente de Montes de Oca , que había comenzado en 1977. Reconoció que “algunas máximas figuras del gobierno militar tenían o habían tenido hijos con deficiencia mental, uno de ellos internado en la Montes de Oca varios años hasta su deceso”. No ofreció nombres, aunque Página|12 confirmó en 1998 que se trataba de Alejandro, el hijo discapacitado de Jorge Rafael Videla.
Al caso Giubileo le dedicó unas escasas seis páginas, donde reflotó su supuesta vinculación con grupos guerrilleros: dos cuñados militantes del ERP desaparecidos que eran hermanos de Pablo Chabrol, su exmarido. “¿Por qué nadie expresó opiniones sobre el antecedente subversivo?”, dijo Sánchez, quien deslizó la teoría de que la médica había obtenido cargos públicos en Montes de Oca y Open Door durante la dictadura “por revelar algunos conocimientos del tema subversión”. También se refirió a ella como una mujer con “actitudes extrañas de tipo autista” y “signos esquizofrénicos en su conducta”.
¿Sabía algo más? Nunca pudo contarlo. Cuando el libro fue finalmente publicado, él se había llevado todo el misterio de su muerte gritando por su inocencia hasta el fin de sus días.
La desinteligencia de la inteligencia
Según archivos de la Dippba a los cuales pudo acceder La Izquierda Diario a través de la Comisión Provincial por la Memoria , hubo sobre el caso una tarea de espionaje igual de desorientada que la propia investigación judicial. Así se puede advertir a través de las diversas teorías que los agentes van postulando en los numerosos documentos que, en total, superan las 500 fojas.
“En cuanto a la investigación policial, se ha ido probando y descartando cuanto indicio ha aparecido en el curso del trabajo”, dice un memo del propio junio de 1985, mes en el que Giubileo es vista por última vez. El comisario Luis Angel Carrizo, encargado de la mayoría de los reportes a la Dippba, refiere a “relaciones lesbianas con dos mujeres de Campana” y una “actitud similar con la otra”. Luego, agrega que “también existen confirmaciones por testimonios que la doctora era adicta a las drogas, y de allí su aspecto raro”.
La estrategia no llama la atención a quien acostumbra a revisar esta clase de archivos: es una costumbre de los organismos de espionaje cargar la culpa de la desaparición en la víctima a través de una serie de prejuicios aceptados por las sociedades de ese momento.
Sin embargo, no había línea alguna entre los atribuidos vínculos y consumos de Cecilia Giubileo con su desaparición. Por eso, semanas más tarde los documentos de inteligencia alimentan otra hipótesis: “A medida que avanza la investigación, cobra más cuerpo la posibilidad de que el desencadenante de este misterioso hecho se haya producido con fines políticos extremistas”. El razonamiento surgía porque los dos excuñados de Giubileo eran militantes del ERP y permanecen desaparecidos, aunque eso había ocurrido prácticamente diez años antes de la última vez que la médica había sido vista.
“De las continuas declaraciones que se reciben, surge que se trata de una excelente profesional, responsable, muy introvertida y que gozara del aprecio de todos los internados, esto último poco común”, reconoce otro agente de inteligencia de La Bonaerense.
Conforme avanzaban los meses y las tareas tanto policiales como judiciales no lograban ningún tipo de información, los agentes de la Dippba empieza a descartar una por una las hipótesis que postulaban los medios. “Se descartan los móviles políticos, también el trasplante de órganos y la fuga por sus propios medios, ya que el entorno de la colonia vuelve imposible que la doctora lo hubiera hecho sin ser advertida”, escribe un espía en un documento de octubre de 1985. “Si la médica estas dentro de la colonia, sin dudas que es sin vida. De lo contrario, fue sacada de la colonia por medio del engaño o de la violencia”.