En los próximos días escribiremos más extensamente sobre la evolución de las relaciones mundiales. No todo está aún claro y definido sobre el resultado de la reunión entre Trump y Putin en Alaska. Pero sí es posible hacer una primera valoración básica: la cumbre entre EEUU y Rusia en Anchorage ha seguido el guión del más clásico pacto entre potencias imperialistas sobre la piel y los derechos de otros países y pueblos. ‘Los que no están en la mesa están en el menú’, reza un viejo dicho de la diplomacia imperialista. Así fue. Ucrania no estuvo presente en Alaska porque el tema de la reunión era y es su redivisión. En cuanto a las potencias imperialistas europeas, no estuvieron presentes debido al deseo conjunto de Putin y Trump de cocinar por separado su propio acuerdo para someterse a ellas. De hecho, el objetivo de la nueva administración estadounidense es redibujar el equilibrio mundial de fuerzas sobre la base de su propia relación directa con las otras dos grandes potencias, Rusia y China, eliminando a los países imperialistas aliados.
Esto es un hecho. La misma administración estadounidense que rinde los mayores honores al criminal Netanyahu ha reservado la misma bienvenida al criminal Putin. La misma administración estadounidense que justifica el diseño del Gran Israel a expensas de los palestinos respalda la restauración por Putin de su espacio imperial en Ucrania. Las viejas y nuevas potencias imperialistas se miran en el espejo de su cinismo común.
Toda la reunión ceremonial en Alaska fue una alfombra roja para Putin. Pero aún lo fueron más los términos fundamentales del acuerdo anunciado, por lo que sabemos de lo que ha trascendido.
En primer lugar, el imperialismo estadounidense «concede» al imperialismo ruso seguir bombardeando Ucrania e irrumpir en el frente de guerra. Los famosos llamamientos al alto el fuego, los repetidos «ultimátums», primero de cincuenta días, luego incluso de ocho, so pena de sanciones directas o indirectas‘sin precedentes’ contra Rusia, resultaron ser lo que eran: un farol propagandístico, un acto hipócrita y ridículo que sólo sirvió para ganar tiempo a fin de preparar una solución contraria.
No todas las contradicciones han desaparecido, por supuesto. Trump necesita que Putin le permita salvar cara, incluso a los ojos de los votantes estadounidenses. No es seguro que Putin conceda a Trump todo el margen de maniobra necesario y esperado. Pero la reunión en Alaska cambia el marco de discusión. Se elimina la vieja ‘condición’ del alto el fuego. Toda la palabrería sobre ‘saltarse un acuerdo de alto el fuego e ir directamente a por un acuerdo de paz’ sólo significa embellecer con palabras hipócritas la continuidad real de la guerra. Y la continuidad de la guerra de invasión es (también) el arma de negociación más poderosa de Rusia contra Ucrania.
En segundo lugar, el imperialismo estadounidense respalda la reivindicación rusa no sólo de las zonas ya conquistadas militarmente y de los territorios anexados tras la invasión de febrero de 2022, sino también de la parte no conquistada del Donbás, incluida la ciudad de Kramatorsk, el corazón de lo que queda de la gran producción industrial de Ucrania y de sus reservas minerales.
En otras palabras, la Ucrania invadida no sólo debería ceder los territorios ocupados por el imperialismo invasor, sino también conceder lo que éste aún no ha logrado arrebatarle después de tres años de guerra, a pesar de la enorme superioridad militar de sus fuerzas.
Una solución humillante. Una solución, además, que inclinaría aún más la balanza de fuerzas en beneficio de Rusia, que un día podría reanudar su marcha hacia Kiev desde una posición estratégica mucho más avanzada. Hoy en día, el frente que defiende Kramatorsk es el corazón de la defensa ucraniana. Abandonar esa línea significría más que conceder a Putin otros 100 kilómetros de terreno. Significaría hipotecar al Estado ucraniano.
No hace falta añadir que cualquier derecho de autodeterminación del Donbass quedaría evidentemente descartado por su anexión completa a Rusia y por un acuerdo internacional que lo consagrara.
En cuanto a las hipótesis de compensación ofrecidas a Ucrania en forma de «garantías» para el futuro, no valen más que papel mojado. Y no sería en absoluto seguro. Putin firmaría (tal vez) el compromiso de no reanudar la guerra. Igual que se comprometió solemnemente a no invadir Ucrania hasta tres días antes de la invasión de 2022. Al igual que se comprometió en 1996 a poner fin a la guerra en Chechenia, sólo para reanudarla en 1999, con la destrucción completa de Grozny.
Un régimen fundado hoy aún más en la economía de guerra y en sus objetivos neoimperiales pretende sin duda sacar provecho de los beneficios de un acuerdo con Trump, y del reconocimiento que de él se deriva, pero no abandonará sus ambiciones. Y la victoria de Putin en términos de imagen y de política interior, tras la reunión de Alaska, refuerza estas ambiciones. En cuanto a las «garantías» de protección de Ucrania ofrecidas por Trump, tienen la misma credibilidad que su carácter y sus promesas pasadas. Una defensa de Ucrania confiada al imperialismo estadounidense vale lo que la defensa de un gallinero confiada a un zorro, o más bien al cómplice más cercano del zorro.
Lo cierto es que Trump quiere salir de Ucrania, tanto para reducir impuestos a los capitalistas estadounidenses, como para concentrar más esfuerzos y energías en el Pacífico en la confrontación estratégica con el imperialismo chino. Ceder el paso a Putin en Ucrania significa esto. Si también significa obtener… el Premio Nobel de la Paz, tanto mejor para la insaciable vanidad de este hombre.
En cuanto a nosotros, en cualquier caso, no llamaremos «paz» a una anexión, sea cual sea la postura del gobierno de Zelensky. No seguiremos la glorificación de la‘paz sucia‘ como están haciendo la revista italiana Limes o el periodista Marco Travaglio.
Sin embargo, la reunión de Alaska fue mucho más allá de Ucrania. Tiene que ver con el equilibrio mundial del armamento nuclear, los grandes recursos del Ártico, las relaciones de poder en Oriente Próximo. Trump concede al imperialismo ruso el papel de gran negociador a escala mundial -la luz verde en Ucrania es sólo una marca de esta apertura más amplia. Putin, a cambio, asegura al imperialismo estadounidense su papel «responsable» en Oriente Medio, asegurando el desarme nuclear iraní y la no beligerancia rusa sobre el genocidio sionista en Palestina.
En cuanto a los imperialismos europeos -empujados a los márgenes del reparto mundial- esperan poder volver a entrar algún día en el juego, gracias a sus propios planes de rearme. Mientras tanto, se reservan de antemano un sitio en la mesa del negocio de la reconstrucción de Ucrania. Siguen, más allá de toda cháchara, apoyando militarmente al Estado sionista, reconociendo como mucho un «Estado palestino» mientras colaboran en el exterminio de los palestinos.
Ni el pueblo palestino ni el pueblo ucraniano tienen nada que esperar de las nuevas y viejas potencias imperialistas y de sus cínicos regateos. Sólo una revolución socialista internacional, sólo una fuerte alianza entre la clase obrera y los pueblos oprimidos, puede librar al mundo de los ladrones que lo gobiernan.